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EL REGRESO DEL "CULITO, CULITO"

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Butacas de una sala de cine.

Ana Belén Castaño, 17 de octubre de 2020

En las puertas del Yelmo Cine de Plaza Mayor está Raúl. Es un chico de 18 años, alto y con pelo corto y rizado. “Hemos venido porque Shin-Chan es nuestra infancia”, explica tras su mascarilla en la puerta de la sala. Está aquí para ver por primera vez una película de Shin-Chan en la gran pantalla. Junto a Raúl están seis amigos.


—Teníamos que venir a ver la película sí o sí —comenta Fabián, un amigo un año mayor que él. Es el único que está más emocionado. Además, lleva una camiseta de uno de los dibujos animados de su infancia. El niño de cinco años que la lía parda. La razón por la que este grupo de colegas han venido.


Raúl, Fabián y los demás entran sin espera a la sala. Ya hay varios grupos de entre dos y seis personas sentados. A pesar de que Shin-Chan tal vez sea para el público infantil, no hay ningún pequeño, todos son jóvenes de 18, 19 y 20 años, excepto un padre y su hija pequeña de unos ocho años. Será que la gente nacida entre el año 2000 y 2000 y poco se ha criado viendo este anime. Cada grupo está separado de los otros debido al protocolo covid-19. Así que la sala está medio vacía. Hasta la fila del medio no hay ningún asiento ocupado. Sólo lo están desde esa fila hasta el final.


Después de los anuncios, empieza la esperada película: Shin-Chan en Australia tras las esmeraldas verdes. Alguien del público grita “¡que ya empieza!” y el resto de los asientos permanece en silencio. En numerosos casos se oyen risas y carcajadas en toda la sala. Cuando más se nota la comedia del largometraje en los espectadores, es cuando Hiroshi, el padre de Shinnosuke, aparece bailando vestido de Elvis Presley o cuando el propio Shin-Chan haciendo el “culito, culito”. El público no para de reír, incluso alguien se habrá meado de risa.


Acaba el largometraje y abajo, donde la gran pantalla, espera Raúl a sus amigos.
—No esperaba menos. La verdad es que es un peliculón —les comenta. El resto de su grupo asiente y se ríe, demostrando que está de acuerdo. Y se despiden tirando unos cuantos paquetes de palomitas a la papelera.


A cinco metros del ejército Kasukabe están el padre con su hija. En cuanto bajan los escalones, el señor le pregunta a la pequeña que si le ha gustado. La niña se ríe y grita: “¡Síii, muuucho!”. Son los últimos en abandonar. Salen cogidos de la mano, dejando la sala llena de olor a risas.

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