Sale de la cocina con dos tostadas con paté y un ColaCao caliente en las manos. Menos mal que la casa es pequeña y llega rápido al dormitorio. El portátil ya está encendido encima del escritorio. Deja el desayuno a un lado y se sienta enfrente de él. Dándole un bocado a una de las rebanadas de pan, comienza la clase virtual de géneros periodísticos. Esta mañana no se va a dar la tabarra de siempre.

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Esta mañana está el periodista Pablo Bujalance en la tarima junto a Agustín Rivera, que parece un pato con una FFP2 puesta en la cara. En cambio, Pablo lleva una mascarilla de tela azul con los bordes negros. Se le asoman algunos pelos de la barba por la zona de abajo, por el cuello. Esperan un par de minutos para que todo el alumnado que tiene esta semana la clase virtual entre en la sesión.

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Los problemas de conexión, el audio entrecortado y el ruido estruendoso de automóviles proveniente de la autovía de al lado de la facultad son los problemas que se encuentra el estudiantado de manera virtual. A pesar de esto, el resto del grupo, que está presente en el aula, no se distrae ni con una mosca. Todos y todas están cogiendo apuntes en sus libretas o portátiles de lo que Pablo Bujalance comenta y explica acerca de la crónica y sus experiencias.

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"La crónica es dar testimonio de lo que ahí sucede. Para ello, es importante saber ver y saber escuchar”. Este comentario tal vez es el más destacado, el que habrá anotado toda la clase. Pablo Bujalance, además de cronista, escribe críticas culturales y novelas. Para él, la curiosidad es lo que define de forma exacta al cronista. También piensa que la percepción es otro factor imprescindible para el oficio, lo que tiene que ver con la sensibilidad.

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La alumna del grupo virtual mira un momento sus notificaciones del móvil, pero enseguida vuelve a la pantalla de su portátil. Le parece una conferencia muy interesante y apunta casi cada palabra que “dispara” el periodista del diario Málaga Hoy. Desea estar ahí en esa aula como la mitad de su clase.